Escribir siempre ha sido una de mis pocas pasiones. Ensayo con la vida mientras escribo un libro, un compendio de folios desordenados y sucios guardados de cualquier manera en algún que otro cajón y que algún día pienso publicar. A menudo la duda se apodera de mi mente y me pregunto por qué escribo, para quién, si tiene sentido plasmar tanto sentimiento en papeles que de repente arrugo y tiro a la papelera... Hay momentos en que tengo la certeza de perder el tiempo escribiendo y filosofando de cosas que no entiendo ni entenderé jamás. Qué más da. Haimak

domingo, 25 de marzo de 2012

Solsticio de Verano


22 de junio, no puedo dormir.

Bajo la tenue luz del flexo, desfasada, escribo estas letras y llamo a “Sueño”. Arrugo folios y obligo a mi mente a buscar entre cientos de sentimientos difíciles de escribir.

¿Cómo hago si los pensamientos se vuelven sentimientos y los sentimientos pensamientos literales, fríos y enredados, que se rebelan con todas sus fuerzas para que no los plasme en un trozo de papel?

La papelera se desborda, y qué.

Escucho mi corazón en el ambiente y la ansiedad me eriza toda la piel.

Cada 23 de junio mi madre cumple un año más de vida y yo uno más de soledad.
Cada víspera de San Juan busco parar el tiempo, engañar a la noche y engatusarla, conseguir que se quede conmigo y que sea para siempre, romper esta rutina que me merma por dentro y que no puedo dejar.
Cada 23 de junio me despierto con el sonido del teléfono, es mi hermano que llama para recordarme el cumpleaños de mamá, aunque más que un recordatorio es una petición formal de que no falte a la comida, que como buen anfitrión, él mismo organiza en honor a tan especial acontecimiento: el cumpleaños de nuestra madre.
Mi madre, su madre, nuestra madre, supongo…qué más da.

Miento si digo que todos los años no termino asistiendo y cargando debajo del brazo un discreto paquete, envuelto en un papel meticulosamente escogido y con cintas de colores que yo misma, me encargo de rizar muy bien, aunque deje de lado esas pegatinas horteras y cursis con mensajes que, ahora, no cabe mencionar.

Es mi regalo de cumpleaños, el que entrego a mi madre fundida en un abrazo mientras le susurro al oído “cumpleaños feliz”. Un abrazo que me pone a temblar y me rompe el corazón en mil pedazos para llevarme a la misma soledad de siempre.

No es un secreto escucharme decir que mi madre y yo no nos queremos. Estoy convencida de que ella no me quiere. Es mi antípoda, somos distintas en apariencia, y patológicamente contrarias en esencia. A pesar de esto y de la manera más incoherente, no ha pasado un año en qué no vaya en busca del regalo idóneo con semanas de antelación, de recorrer tienda tras tienda buscando “el no sé qué” más perfecto para tan imperfecta relación.

Y todo es difícil y confuso, si bien no compro algo muy caro para que ella no piense lo realmente importante que es para mi, tampoco compro lo primero que pillo, haciendo pensar a mi hermano que mi madre nada me importa.

22 de junio.

El tiempo me mira y me desafía, se parte de risa mientras yo como una idiota doy vueltas en la cama buscando el lado propicio para dormir. Me levanto de un salto y cojo el reloj del escritorio mientras giro las manillas una y otra vez, pensando y sintiendo, sintiendo y pensando.

Tengo en casa una pequeña habitación, cómoda y discreta al fondo del pasillo, que aprovechando que no la utilizo la he convertido en un peculiar trastero, una puerta que apenas se abre de una habitación en el olvido, como casi todas las cosas que  guardo  allí.

“Sueño” no viene y el tiempo no para. Las manillas…las he roto. Entro.

Guardo aquí toda clase de objetos con posible valor y sin corazón, aunque suene frívolo, es la verdad, lo que no tiene valor material, directamente lo tiro.
Como pieza principal, o hablando más claro, el trasto más grande, lo encabeza un mueble tremendamente clásico, un sillón orejero que mi madre me regaló algunos años atrás y que quedaría mejor en una iglesia, que decorando mi casa.
Siempre me dijo que lo pusiera en mi salita para sentarse ella o mis amigos cuando vinieran a visitarme.
Visitas que nunca ha hecho y amistades que no tengo, está claro por qué el sillón está donde está… por eso y porque se mata con el color de las cortinas.

Rodean el sillón como si de un árbol navideño se tratara, unas curiosas y llamativas cajas envueltas con colores alegres y tarjetas de dedicación, son todos los regalos de mis cumpleaños pasados que mamá enviaba por mensajería urgente, supongo, porque mi hermano le recordaba la fecha en el último momento, paquetes que nunca abrí pero sí he querido guardar como parte de mi “amada” soledad.

No hay luz, se me ha olvidado comprar otra vez la bombilla del portalámparas. Da igual las veces que vaya al “chino” en el día, siempre se me olvida. Miro en la caja de herramientas  pero no hay ninguna, y qué.

No puede ser…
Estoy dormida, debo de estarlo… la reconozco, es ella, ¡está ahí!
¡Es… mi madre sentada en el sillón! Tartamudeo. No es posible, no lo es…

  -¿Qué haces aquí? ¿Cómo has podido entrar?... ¿Me dejé la puerta abierta? ¿Las llaves puestas   quizás?...
¿Te das cuenta de la hora que es mamá? ¿Desde cuándo estás aquí?


Hiervo. Me invade por momentos la rabia de saber que una vez más invade mi espacio, que si es mío no importa. Quiero una explicación y la quiero ¡ya! estoy nerviosa, apenas puedo hablar.

-Hija, cálmate, siento si te he importunado,  he venido porque hoy es mi cumpleaños, ¿te has olvidado?

-Mamá… ¿qué dices? ¿Te das cuenta de la hora que es?...

¡Estoy dormida, estoy dormida!… ¡lo sé!

-Te pediré un taxi… y mañana no te preocupes que no le  haré el feo a mi hermano y te aseguro que no faltaré, ¡no hacía falta este ultimátum en persona…por favor!

-Hija… no vayas, no tienes por qué ir  ni llevarme regalo alguno, no he venido por eso.

-¿Qué dices mamá? ¿Qué broma es esta? Déjate de absurdos discursos y ¡levántate por favor!

-¿Sabes?, de hoy en adelante voy a ser yo la que venga a verte y así no te sentirás sola.


Estoy…no sé ni la palabra. Pero… ¿estoy? Ahora quiero despertar, ¡necesito despertar!
Pienso, o mejor dicho, lo intento, no encuentro razón a sus palabras. Estallo.

-¿Qué sabes tú de mi soledad mamá?!!... ¿Qué sabes tú de mí?!! ¿Qué sabes tú de lo que quiero o no quiero?!! ¿De lo que siempre necesité?!! ¿De mis días sin risa y mis noches con lágrima? Del dolor de esperar tu visita, tantas veces necesitando de ti… ¿Qué esperas que diga? Dime… ¿Qué te puedo decir?!!

-Por favor, siéntate a mi lado, conmigo, escucha…

-No mamá, ¡he dicho que no!, no tengo nada que escuchar y sí mucho que dormir, y tú vas a irte a casa. Vas a irte ya!

Teléfono en mano y a la espera del número del taxi, agarra mi mano y corta suavemente la llamada. Su voz empacha dulzura.

-Puede que no sepa nada de ti y nada de tu soledad, que no sepa nada de tu vida ni de lo que quieres, de lo que necesitas o tienes…es cierto que lo ignoro, pero sí sé que te he fallado… y que ni estas palabras ni todas las lágrimas que me quedan me podrán devolver tanto tiempo perdido.
Siento toneladas de tristeza en esta habitación en la que todo lo mío para ti son solo trastos cubiertos de polvo, la mayoría ni siquiera los abriste. Veo que me enterraste, como todas estas cosas y yo… ¡lo he permitido! hija, ven…ven a mi lado.

Por algún impulso inexplicable me acerco a ella y me siento a su lado, la escucho a pesar de mi mar de lágrimas y de que mi cuerpo no puede más. Nunca me ha visto llorar… ni yo.
Tampoco reír.

Me siento. Acaricia mi pelo y me da un beso. ¿Será esto la ternura? sigo sin despertar.

-Quiero que sepas que ahora estaré a tu lado para siempre y que no volverá tu soledad, respetaré tu silencio y, aunque no me creas, no digas nada por favor, solo escucha…

Me quedaré para cuidarte, te haré compañía y te escucharé. Te abrazaré cuando necesites un abrazo y cuando te haga falta una mano te la echaré, y así intentaré compensarte por todos los años pasados que ya no volverán.

¡Me he vuelto loca!, ¡deliro! Claro…y es por eso que no despierto…

Abro los ojos. Me quedé dormida en este feo sillón y he soñado con su voz y sus promesas, promesas incumplidas, promesas que me duelen y que ya no creo.

El teléfono. Corro por el pasillo. ¿Y el inalámbrico? No recuerdo la última vez que he dormido tan profunda y apaciblemente. Ya es medio día y hoy me siento bien. Es mi hermano, un año más…

- ya lo sé  pesadito… no he olvidado qué día es…hoy es…


No me ha dejado terminar.

 -¡Oye! Necesito que vengas, el médico está aquí, mamá no se encuentra bien, date prisa por favor…

Por decirlo de alguna manera, cuelgo el teléfono y un tremendo portazo estremece las paredes resentidas de mi casa, sale la vecina, no espero el ascensor.

Mi mente divaga entre realidad y  ficción, cordura y locura, lo que fue y lo que no. Las palabras de mi madre, su mirada y todo aquello que no entiendo y que no tiene ni lógica ni explicación es despedazado en mi cabeza mientras conduzco. Estoy en blanco, no se más.

Llamo al timbre y abre mi  hermano, es transparente, busco a mamá.

-Mamá, te traje un regalo y… ¡hay un montón de cosas que te quiero contar!


-Mamá ha muerto.


24 de junio.

Mi madre ya no está. He abierto todos aquellos regalos pasados y escribo sentada en un viejo sillón que nada pega con el color de las cortinas, y qué…

…si la soledad ya no me envuelve y una cálida brisa me acompaña en perpetuo silencio.



                                       Haimak

    (Nada en la vida reemplaza la falta de amor y de ternura de una madre. Su ausencia deja huella para siempre)